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Anécdotas Residencia Femenina

  • La mejor residencia de estudiantes del mundo.

Residencia Femenina "Teresa Loring" en Archidona. Llegué allí con doce años, muy poca edad, por eso ahora con los años y recordando aquella época comprendo y entiendo porqué no pude dormir la primera noche que allí me dejaron, estuve toda la noche con los ojos abiertos en una habitación con 20 literas y 40 niñas, todas desconocidas.
Me dijeron dónde poner la ropa en un armario súper estrecho y que no entendí como a pesar de ello le cabían tantas cosas.

Poco a poco me fui acostumbrando y conociendo a niñas que con el tiempo se hicieron como de mi familia. La señorita Luisa (directora y dueña de la residencia) era nuestra mamá, nos regañaba como si lo fuera, nos daba nuestros coscorrones cuándo los merecíamos, nos enseñaba en el comedor a poner las mesas con los cubiertos como la urbanidad mandaba y que no se te ocurriera no comerte algo del plato de comida, se sentaba a tu lado hasta que acababas con todo.

Me hice muy amiga de una niña que se quedaba en las vacaciones de Semana Santa porque sus padres trabajaban en Alemania. Más de una me quedé con ella en una residencia vacía de niñas, dueñas y señoras nosotras de ella, gracias a que la señorita Luisa me lo permitía sin pagar ninguna cuota extra: !qué buena era con nosotras¡ , !que bien no los pasamos mí amiga y yo viendo la Semana Santa más bonita de todas las que he visto! , al menos para mí.

La residencia se hizo más grande con cuatro nuevas habitaciones y con escaleras de una a otra y pasamos de 40 niñas en una habitación a 20 y según los años de estancia ibas pasando de la primera a la segunda, tercera y cuarta habitación, cada una en un piso diferente. Cuando llegábamos a la cuarta ya eras de las veteranas y te sentías con un poder y fuerza desconocida al principio de llegada.

Con ese poder que creíamos tener, una de esas noches en vela de risas, pensamos que podíamos hacer para divertirnos. Teníamos hambre. Habían pasado unas cuántas de horas desde la cena y decidimos que podíamos entrar al almacén por comida. Para nosotras no era robar si teníamos hambre, era necesidad. El almacén dónde se guardaban los alimentos estaba siempre cerrado con llave y ésta la guardaban en la cocina, como no, también cerrada con llave.

Nos fuimos a la puerta de la cocina para averiguar como entrar. Primero lo intentamos por la ventana que daba al comedor por dónde se sacaba la comida. Fue imposible. En ese momento alguien dijo que la llave estaba puesta por dentro y que le podríamos meter un papel o cartón por debajo de la puerta y empujarla por el ojo de la cerradura para que la llave cayera al papel. Salió perfecto. Entramos a la cocina por la llave del almacén y cuándo entramos nos quedamos muertas con la cantidad de alimentos que allí había. Recuerdo que sacamos plátanos y chocolate, con tan pocas luces que dejamos los restos de las cáscaras y sobras en la papelera. Por supuesto, nos descubrieron y hubo castigo, pero la emoción de estar haciendo algo prohibido no nos la quitó nadie y. eso sí, nos preguntaron como entramos y no consiguieron sacarnos una palabra.

Hay tantas anécdotas y vivencias en 7 años y con una edad en la que te formas, desde los doce años hasta los 18, que escribiría yo sola él libro, pero no puedo dejar de contar que me encontraba tan feliz con mis amigas y compañeras que repetí un curso sin necesidad, para poder quedarme otro año más con ellas, le quedaban otro año más de estancia.

Lo que he llorado y soñado por seguir viviendo esa época solo yo lo sé, con algunas aún estamos en contacto y de vez en cuando nos reunimos en esta costumbre tan bonita de las reuniones de antiguos alumnos. Por cierto, la primera vez que nos vimos después de haber pasado por lo menos 25 años, algunos nos preguntábamos los nombres y por ellos saber quiénes éramos, pero una vez echas las presentaciones parecía que no nos habíamos separado ni un día.

 

 

 

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